El ser humano, el individuo,
el ciudadano que se enfrenta cada día a su existencia,
se mueve en un mundo de máscaras
necesarias para sobrevivir.
Ellas cubren el rostro;
pero de su boca emana un sonido
familiar, vibrante, emotivo: humano.
Y es en ese instante cuando se descubre a la persona.
La imagen captada por el objetivo de una cámara,
la huella de un pincel, la mano del artesano,
una historia que contar, una idea, un sentimiento.
Todo nos representa, nos delata, nos expone,
nos obliga a utilizar esas máscaras: para ocultarnos,
para renacer en otro, para estar a salvo.
Y cada una ofrece una nueva puesta en escena,
una experiencia genuina que nos permite renacer.



